Discurso de Monseñor Luis Marín en la Autobiografía de San Juan XXIII
Intervención de Monseñor Luis Marín de San Martín, en la presentación del libro «Te hablo al corazón. Autobiografía de San Juan XXIII» en Madrid el día 15 de diciembre de 2023.
1. Una figura para descubrir
No hay persona más revolucionaria que un cristiano que se toma en serio su fe y obra en consecuencia. Es decir, no hay nadie más revolucionario que un santo. Eso es lo que fue san Juan XXIII y por eso pudo abrir un proceso de renovación profunda en la Iglesia. Su figura bonachona resulta enormemente simpática. Pero, por desgracia, muchos se quedan ahí, en los lugares comunes del Papa Bueno y el Juan de las anécdotas, sin entrar en la persona, en su misterio. Estamos, sin duda, ante alguien de un gran espesor humano y de una impresionante profundidad espiritual, que resulta atractiva, interpeladora y de enorme actualidad.
¿Cuál fue su secreto? El cardenal Loris Capovilla señalaba con acierto que Angelo Giuseppe Roncalli fue bueno porque siempre quiso ser bueno. Es decir, hizo una opción y fue consecuente con ella; se tomó en serio la fe cristiana entendida como encuentro experiencial, compromiso concreto, testimonio de vida; fue coherente con la opción, hecha muy joven, de entregarse sin reservas al Dios revelado en Jesucristo. Y, durante toda su existencia, mantuvo su promesa y decisión. Una clave la encontramos en la humildad: “Soy un saco vacío que se deja llenar por el Espíritu”, escribió a un amigo. Y otra en la obediencia: “Este es el misterio de mi vida, no busquéis otras explicaciones: obediencia y paz”.
2. El libro que presentamos
Desde hace muchos años Juan XXIII es un referente en mi vida y ministerio eclesial. Me acompaña, ayuda, enriquece e inspira. Acerca de él he escrito ya dos libros y numerosos artículos. En este tercer libro he querido restituirle la palabra y dejar que su voz llegue directamente al corazón del lector. Ciertamente Roncalli escribió mucho (“vivo con la pluma en la mano”, decía). Entre sus escritos es bien conocido el Diario del alma, pero tal vez lo sean menos los diez volúmenes de sus Agendas personales, en las que anotaba sus trabajos e impresiones cotidianas, así como sus innumerables cartas, homilías y discursos. El trabajo de lectura y selección ha sido enorme y ha durado varios años. Es resultado es el libro que presentamos, y creo que el esfuerzo ha merecido la pena.
Angelo Giuseppe Roncalli nos habla en estas páginas. Él nos cuenta su propia historia: la de un hombre y una época. Y nos ofrece también una guía segura que nos ayuda a caminar juntos, con paso firme, en este tiempo de esperanza. Deseo que este libro alimente el espíritu y que ustedes disfruten tanto en leerlo como yo en prepararlo. En la primera parte, a través de sus textos, vamos recorriendo las etapas de una vida rica y variada y encontramos las claves de su profunda espiritualidad. La segunda parte es una síntesis temática en diez palabras-clave. En la tercera, se recogen algunos datos del pontificado y se ofrecen tres textos fundamentales: el discurso de inauguración del Concilio, el famoso “Discurso de la luna” y el testamento. El trabajo se completa con el prólogo del cardenal Comastri, el epílogo del cardenal Grech y la introducción y la conclusión mías.
3. Algunas claves
Espero que, leyendo el libro, escuchando las palabras de Angelo Giuseppe Roncalli / Juan XXIII, podamos desvelar el misterio de este anciano locuaz y cordial, chapado a la antigua, que había servido a la Iglesia como diplomático durante largos años, dotado de una innata astucia campesina y del carisma de la paternidad. Me detengo brevemente en algunas de las claves.
• Vinculación a las raíces. Persona de amplia experiencia internacional, reconoce que, aunque ha aprendido mucho y conocido muchas realidades, “las cosas más preciosas e importantes son las que se aprenden en casa”, en esa catequesis doméstica. Por ejemplo, el sentido de la pobreza solidaria: “Éramos pobres. Sin embargo, cuando un mendigo se asomaba a la puerta de nuestra cocina, donde los pequeños, una veintena, esperaban impacientes la escudilla de sopa, había siempre un sitio libre y mi madre se apresuraba a hacer que aquel desconocido se sentara junto a nosotros”. El valor de la verdad y la honestidad, como se refleja en “la historia los higos secos”, que vivió en su infancia y que le llevó a no volver a decir una mentira jamás. También aprendió la práctica de las devociones, que moldean el alma; por ejemplo, la primera oración aprendida en casa: “dolce cuor del mio Gesù fa che io t’ami sempre più”.
• Gran experiencia internacional. Trabajó como diplomático veinte años en Oriente (Bulgaria y Turquía) y ocho en Francia, en circunstancias no fáciles. Fue también un gran viajero. Esto fortaleció su sentido de familia humana, de fraternidad. “Todo el mundo es mi familia, tan amplia como el mundo entero”, idea que encontramos desarrollada en la encíclica Fratelli tutti, del papa Francisco. Y, en esta línea, Juan XXIII, por primera vez, dedicará una encíclica (Pacem in Terris) no solo a los católicos, sino “a todos los hombres de buena voluntad”.
A lo largo de su vida conoció un mundo convulso y dos terribles Guerras Mundiales. Destaca su incansable tarea a favor de los judíos perseguidos: “Pobres hijos de Israel. Yo siento diariamente sus gemidos en torno a mí. Los compadezco y hago todo lo que puedo para ayudarlos. Son los familiares y los conciudadanos de Jesús”. En todos los puestos diplomáticos que ocupó, supo desarrollar lo que podríamos llamar la “diplomacia del corazón” y la cercanía pastoral, que luego concretará durante la etapa veneciana como patriarca.
• Apertura a la renovación. Su experiencia, estudios y reflexión personal le llevaron a una clara distinción entre lo esencial y lo accesorio en la Iglesia. “No estamos aquí en la tierra para custodiar un museo, sino para cultivar un jardín floreciente de vida y reservado a un futuro glorioso”. Porque la Iglesia no es un vestigio arqueológico para contemplar con curiosidad, sino “la antigua fuente de la aldea, que da agua a las generaciones de hoy como la dio a las del pasado”.
El profundo sentido pastoral que cultivó durante toda su vida le llevó, durante el pontificado, a dar sorprendentes pasos, hoy son asumidos con normalidad. Fue Juan XXIII quien, por primera vez, visitó a los encarcelados y a los niños enfermos en la primera Navidad como papa; quien salió del Vaticano y caminó a pie por las calles de Roma; quien viajó en tren a Loreto y Asís poco antes de la inauguración del Concilio (los papas no salían del Vaticano desde la pérdida de los Estados Pontificios; tan solo Pío XII fugazmente cuando los bombardeos de Roma). También debemos recordar que fue el primer papa que estableció la costumbre de rezar el ángelus con el pueblo todos los domingos a mediodía.
El papa Juan tampoco dudó en tomar decisiones polémicas. Entre otras tenemos las que se refieren al cambio de registro ecuménico, cuando por primera acogió en el Vaticano al primado anglicano; o las que se refieren al ámbito político, cuando recibió en audiencia a la hija y al yerno del dirigente soviético Kruschev. En ambos casos sufrió la censura informativa de los medios vaticanos. Es significativa su reacción cuando, en contra de lo que opinaban sus allegados, decidió responder agradeciendo la felicitación enviada por el mismo Kruschev con motivo de sus ochenta años: “Puede ser una ilusión. Pero también puede ser un hilo que la Providencia me ofrece. Y yo no tengo derecho a romperlo”.
4. El papa del Concilio
Roncalli tuvo siempre el convencimiento de que todo lo que viene del Espíritu debe asumirse con normalidad, disponibilidad y generosidad. En su caso, la conocida expresión “lo que Dios quiera”, que él utilizaba con frecuencia, resultaba una actitud cierta y verdadera. Convocó el Concilio porque estaba seguro de que era lo que el Señor quería. “No se trata de repetir lo sabido, sino abrirnos al discernimiento del Espíritu”. En el libro recojo íntegro el discurso de inauguración del Vaticano II, que comienza con las significativas palabras Gaudet Mater Ecclesia (la Madre Iglesia se alegra). En él quiero resaltar dos pasajes. El primero se refiere a la orientación pastoral del Concilio, distinguiendo entre el inmutable depósito de la fe y su expresión en el tiempo presente: “Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del depositum fidei, y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta (con paciencia, si necesario fuese) ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral”. Así pues, la Iglesia vive en medio del mundo y, permaneciendo siempre la misma, debe estar atenta a los signos de los tiempos, para llevar el Evangelio al mundo de hoy. El segundo es la opción por la misericordia: “Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas”.
Juan XXIII deseaba que el Concilio fuera para la Iglesia como un nuevo Pentecostés, origen de una renovación profunda y un decidido impulso evangelizador. Pero todo lo que viene de Dios se propone y no se impone. Requiere nuestra colaboración (somos corresponsables). Las posibilidades estaban (y están) ahí. Ante el Vaticano II, don de Dios para la Iglesia, como ha sido definido por san Juan Pablo II y por Benedicto XVI, debemos preguntarnos si hemos sido, de verdad, cauce de la gracia o, en ocasiones, muro.
El Concilio Vaticano II es el gran legado de san Juan XXIII. Por eso la fecha de su memoria litúrgica no se celebra el día de su muerte, sino el 11 de octubre, fecha de la inauguración del Concilio.
5. Compañero de camino
Actualmente estamos viviendo en la Iglesia un kairós, un tiempo propicio, un don de la gracia, que tiene sus raíces en el Vaticano II y que desarrolla su eclesiología. Por eso creo que san Juan XXIII podría ser un excelente Patrono del proceso sinodal, que avanza entre las dificultades internas y externas, pero hacia un horizonte de enorme esperanza.
Vivimos un tiempo precioso, en el que se nos invita robustecer la comunión, a fomentar la participación corresponsable y a orientarnos a la misión evangelizadora. El papa Juan nos ofrece algunas claves: robusta experiencia de fe: “La fe significa adherirnos al Señor con todo el ser”; apertura al Espíritu Santo con humildad, para escuchar su voz; centralidad del amor: “Las cosas hay que hacerlas solo por amor, porque Dios no quiere galeotes forzados en su galera”.
Su imagen de Iglesia era la de Familia de Dios. Propugnaba una Iglesia cercana, cariñosa, que es familia y es hogar, que es maestra porque es madre. Donde nadie se siente juzgado ni rechazado, sino querido y valorado. Donde se evangeliza no desde los conceptos o las normas, sino desde la experiencia en lo cotidiano.
Encontrarán todo esto y mucho más en el libro. Saboréenlo. Espero que las palabras de ese hombre de Dios que fue Angelo Giuseppe Roncalli, papa san Juan XXIII, lleguen directamente al corazón y, como la semilla que cae en buena tierra, den fruto abundante. “No es el Evangelio el que cambia, somos nosotros los que comenzamos a comprenderlo mejor. Ha llegado el momento de reconocer los signos de los tiempos, de aprovechar la oportunidad y mirar lejos”.
+ MONS. LUIS MARÍN DE SAN MARTÍN, O.S.A.
Subsecretario de la Secretaría General del Sínodo