La Esperanza no es un Deseo es un Hecho
En el calendario católico, el 18 de diciembre contempla a una joven embarazada
Camino de Belén, a punto de dar a luz. Señala con toda claridad que la Encarnación del Verbo
es una realidad.
Ocurrió hace más de dos mil años, pero sigue siendo una noticia que genera
expectación e inquietud. Expectación porque sigue siendo asombroso que Dios quiera
hacerse hombre. Inquietud porque si Dios se hace hombre, quiere decir que la esperanza no es
un deseo o un ensueño sino un dato de realidad. La fragilidad de un niño que crecerá y se hará
hombre muestra un nuevo modo de ser hombre, no limitado al mal ni seducido por los avatares
de las codicias personales o institucionales. Políticamente no es correcto decir ni celebrar que
Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, se hizo hombre, por eso, es mejor propiciar que estas fiestas
que se acercan sean vistas como meras fiestas de invierno (en el hemisferio norte, se entiende,
porque en el sur es verano). Pero la verdad es que sin el dato objetivo del nacimiento de
Jesucristo, ni hubiera navidad ni esperanza permanente de que el ser humano no está ni solo
ni encerrado en sus cuitas de dolor y frustración.
Para los cristianos la expectativa no sólo se centra en un hecho del pasado, sino que
miramos al futuro porque sabemos que Jesús volverá en gloria y majestad, para implantar
definitivamente el Reino de Dios pero, cada día él está presente y viene en una dinámica de
empuje vital que el Espíritu Santo dinamiza.
¿La mirada de María sería tan entusiasta al ver que el fruto de sus entrañas sería
utilizado en luchas fratricidas a lo largo de los siglos? El hecho es que la vida de Jesús de
Nazaret pone en evidencia que no tienen razón los que lo manipulan; tampoco lo s que lo
ignoran. Sólo los que se lo toman en serio y creen saben que el hecho es que sin Jesucristo ni
el calendario funciona.
Ahora bien, la Navidad que se aproxima urge que los cristianos recuperemos la unidad
perdida y eso sólo se logrará si tenemos la capacidad de estar a la intemperie, como los
pastores de Belén y saber que la inequívoca señal de que Dios está con nosotros es un niño
pequeño. Ni una catedral, ni los ornamentos, ni las rúbricas, ni las jerarquías, ni los lastres
históricos… ni las personas que los defienden, nada de eso salva. Salva Jesucristo. Los
pastores, sin mayores pretensiones en la vida más que vivirla, no pasaron por los tamices
dogmáticos aquel anuncio primero: “ Gloria a Dios en las alturas… un niño ha nacido, un
salvador se os ha dado… Está en un pesebre, envuelto en pañales”.
María va a lomos de un asno. No sabe dónde nacerá. Pero su esperanza no es un deseo.
Es un hecho. Su búsqueda es un reclamo y una responsabilidad. Lo que se había de realizar
ocurrió.
La Esperanza de la unidad visible de los cristianos no es un anhelo, es un reclamo real
y urgente. No se hace con negociaciones sino con mucho amor y, desde luego, humildad, para
dejar a Dios ser Dios, aunque se muestre de carne y hueso. No es de recibo en cerrarlo en el
bote de las tradiciones que, en definitiva, son excusas para no avanzar hacia Belén a adorar al
Niño.
María está a la espera. Todos los cristianos también, estamos a la espera, como ella.
Por el Rvdo. JUAN JOSÉ LLAMEDO GONZÁLEZ
Sacerdote Católico de la Archidiócesis de Valencia (España).