El Fin del Mundo y el Origen de la Cristiandad
Solemos pensar que la declaración del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano en el siglo IV constituyó su triunfo definitivo, pero la verdad es que lo que hoy en día cuaja como «Cristiandad» tardó en consolidarse.
El viejo paganismo no podía barrerse de la noche a la mañana, lo mismo que la idea de una Iglesia Católica amparada necesariamente por un poder terrenal (esto es, un Emperador). Y más allá, ya sea en los desiertos de Arabia, el corazón de Europa central, Escandinavia y la lejana Rus, fuerzas no cristianas continuaban latiendo.
Tom Holland escribe la constitución de una Cristiandad propiamente dicha, que empieza a asentarse con la gradual desaparición del Imperio Carolingio a inicios del siglo X, pasando por momentos críticos de decadencia papal y amenazas de sajones y vikingos paganos, así como de invasiones sarracenas. Y aunque parezca en la actualidad una mera leyenda, la espera del fin de los tiempos y la lucha final de Dios contra el Anticristo al milenio de la muerte de Jesús, influyó notablemente en los cambios al interior de la emergente civilización europea.
Así, paseándonos por un Sacro Imperio naciente, una Constantinopla que se resiste a dejar de ser la «señora de las ciudades», una Francia e Inglaterra en formación, una identidad hispana que se va forjando, así como los tejes y manejes de la corte papal y de las diversas abadías (especialmente, la de Cluny), el autor va configurando una esquematización de lo que podría catalogarse como el origen de una idea de «Europa», pero siempre ligada al cristianismo. Cerrándose el siglo XI, el Papado ha cumplido la primera de sus reformas, alzándose como líder de un mundo naciente e incluso enarbolando la bandera de la Primera Cruzada. La Cultura Occidental, tal como la conocemos, finalmente había cristalizado.
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